Hace cientos de años, un culto surgió en Dragorun. La secta adoraba al dios pagano Onidrall. Esta vil criatura exigía sacrificios de sangre y oro a cambio de asegurar a sus fieles riquezas y prosperidad.
Las aguas de la costa oriental de Dragorun se veían constantemente sacudidas por los ataques del monstruo. Después repartía parte del botín de las matanzas entre sus fieles. Estos, eran obligados a amputarse sus propias lenguas como rito de iniciación. De este modo, se garantizaba que no revelaran la ubicación del Culto y además servía también como gesto de compromiso.
Los adoradores de Onidrall se reunían en un templo oculto en los acantilados del Monte Kraken. El Legendario Senescal Dracorum Köeris de Wynfoll, descubrió esta información y reunió a sus ejércitos.
El héroe asaltó el templo acompañado por los mejores caballeros y hechiceros del reino. Tras una sangrienta batalla, derrotó al monstruo y sus acólitos, que quedaron sepultados bajo el propio templo.
Siglos después, el cruel destino se cebaría con los pobres deslenguados. Las brujas nigromantes resucitaron a estos pobres diablos, convirtiéndoles en criaturas grotescas. La mayoría adoptaría un aspecto esquelético y esmirriado. Sin embargo, unos pocos desarrollan una musculatura y tamaño fuera de lo común. En cualquier caso, ambos comparten una importante particularidad. En su espalda y cabeza tienen protuberancias que se iluminan cuando detectan actividad mágica.
La magia les disgusta y, cuando la sienten, se guían por sus sensores para acercarse al origen de esa fuente, emitiendo unos gritos estridentes a modo de alarma.
Muchas brujas han usado esta técnica para proteger sus secretos o guaridas de ataques de brujas rivales.