Desde los albores de Dracorum, los alquimistas y magos han sido poderosos activos en los ejércitos de cualquier reino.
Sin embargo, cuando la corrupción alcanzó a los hechiceros y nacieron los aquelarres todo cambió. Casi seis siglos antes de que el Rey Dragón gobernara Draconia, la reina hechicera, Shuri Murako, derrotó al más peligroso de ellos, las Espadas de la Luna.
Tras la victoria, como medida preventiva, se decretó que sólo el Clero podía usar la magia. Todos los reinos estuvieron a favor y así, las diferentes sectas religiosas, encargaron a los alquimistas la fabricación de anillos mágicos con los que lanzar conjuros. Estos anillos, además, servirían para identificar a la orden religiosa en concreto, que estaría asociada a diferentes hechizos.
Las sectas más destacadas fueron los Adoradores de Kareya, asociados al fuego, el Priorato del Norte, asociados a la sanación, y los Heraldos de la Diosa, asociados a los conjuros de tierra y algunos menores de fuego.
Cuando las guerras o las crisis requerían esfuerzos extra, se elegían a los miembros más destacados de las diferentes órdenes y se formaba un grupo de élite compuesto por veinte miembros. A este grupo, que se enfrentó sobre todo a aquelarres y a los demonios que estos traían, se les conoció como los Evangelistas Anillados.
Tras la Guerra de las Sombras, los usuarios de los anillos, así como sus creadores, quedaron prácticamente extintos, por lo que las escuelas de magia volvieron a ser necesarias. De este modo, estos clérigos guerreros quedaron relegados a la mera aparición en cuentos de historias pasadas.