Al principio de los tiempos, cuando el dios dragón Kareya creó Dracorum, dispuso a tres razas para que guiaran al planeta: Los draconianos, como guardianes de la naturaleza y el poder; los elfos, como guardianes de la sabiduría y la magia; y los humanos, una raza que mezclaría rasgos de las
otras dos, para guiar el progreso y la evolución de todo el planeta.
Cuando acabó creó el Cetro del Sol como símbolo de lo que Dracorum debía representar para el Cielo y finalmente nombró un guardián de cada raza para custodiarlo: el elfo Argos, el humano Vilena y el draconiano Murako.
Miles de años después el nuevo emperador del infierno, Lucifer, sedujo a los humanos y pidió al descendiente de Vilena, Adam, que le entregara el Cetro para orquestar su rebelión contra el Cielo y los dioses.
Les prometió el poder supremo de dominar el Universo junto a él una vez hubiera aplastado a sus enemigos.
Adam mató al rey Azurel, descendiente de Argos, pero el descendiente de
Murako, Mhadurah, tuvo tiempo de huir con el Cetro y ponerlo a salvo. Pidió ayuda a Kareya y así estalló la guerra entre los humanos y el resto de habitantes del planeta. La Guerra de los Dioses.
Mhadurah unió su alma con la de uno de los escasos humanos que no siguieron a Adam, y que se había sacrificado por defender a los draconianos.
Surgió así el primer Dragon Nindenn-Ka-Yh. Gracias a este poderoso
guerrero nacido de la unión de dos almas, los humanos y Lucifer perdieron la guerra.
Al acabar, Kareya le entregó el Cetro a su hermano Odín y desterró a todos los humanos, tanto rebeldes como aliados, al planeta Gaia. Los humanos ya se habían corrompido una vez. de modo que no podía arriesgarse a una nueva guerra.
Gaia era un planeta joven, incapaz de albergar vida.
Kareya lo transformó a cambio de sellar todos los poderes de los humanos. Pero el dios dragón sabía también que no podía dejarlos sin vigilancia, así que escogió a ocho poderosos magos y creó la orden de los Dragonitas, para
vigilarlos y hablar con el planeta a fin de mantenerlo a salvo.
Sin embargo los humanos rebeldes no estaban contentos con esta decisión y recurrieron a alguien más antiguo que Lucifer para provocar una nueva rebelión: Samael, el Primer Emperador del Infierno.
Los humanos, capitaneados por uno de los hijos de Adam, le suplicaron más poder y se ofrecieron como sus siervos.
Samael los transformó en vampiros y los condenó a servir en las sombras para siempre.
En respuesta, los Dragonitas hablaron con el planeta y pidieron a los humanos aliados que aprendieran a escuchar las voces de la Madre Tierra. Así transformaron a los que accedieron en los Loup Garou, los protectores del planeta; pero Samael y sus vampiros eran demasiado poderosos. Mataron a los Dragonitas y ganaron la guerra.
Como último acto antes de morir, los Dragonitas encerraron a Samael en el orbe conocido como Energía Solar y sellaron su poder con las ocho lunas que portaban.
Después, ellos mismos se transformaron en la última medida de seguridad: el reino del Edén, el Mundo Sagrado. Uno de ellos se convirtió en la propia ciudad flotante más allá del Cielo; otro en la roca que la sustenta; otros cinco se convirtieron en los Ojos de Dragón, que salvaguardan el Equilibrio; y el último, el más fuerte, se convirtió en el arma definitiva contra Samael: la Espada Celestial Durandal.
Por último, los dioses designaron a cinco guerreros del coro más poderoso de arcángeles, los caballeros Seraphim, para que fueran los Guardianes del Cielo y velaran por los Ojos de Dragón.
Los Seraphim pidieron a los Garou que protegiesen la línea de sangre descendiente de los Dragonitas, para recurrir nuevamente a los Guardianes del Cielo si Samael intentaba ser resucitado de nuevo.